Inmersos en el frenesí del Tour de Francia, se nos olvida que ésta es una carrera que esperamos todo el año y pasa deprisa. Cada día más es un día menos para llegar a París y declarar como terminado el viaje, el desafío y el verano. Las hojas de calendario que antes se arrancaban alegres comienzan a caer pesadas. En esta algarabía de emociones, la honda voz de melancolía gana peso.
Aceptando que la inclusión de la colina de Montmartre dificulta una llegada masiva en los Campos Elíseos, esta 17ª etapa entre Bollène y Valence es la última oportunidad clara para los velocistas en esta Grande Boucle. Para refrendar esta idea, basta con una ojeada al perfil llano y un paseo por el palmarés de esta ciudad en el Tour de Francia: Cavendish, Sagan, Greipel; sólo el colombiano ‘Chepe’ González, con una fuga victoriosa en 1996, rompe la norma.
Biniam Girmay y su Intermarché-Wanty se encuentran ante su ocasión realista para no quedarse a cero después de las tres dianas del año pasado. Jonathan Milan y su Lidl-Trek necesitan anotar tantos puntos como sea posible para mantener el maillot verde a salvo de Pogacar. Tim Merlier y su Soudal-Quick Step desearán continuar bañándose bajo el sol posterior a la tormenta que describió Aurélien Paret Peintre después de triunfar en el Mont Ventoux. Los mayores enemigos de todos ellos serán la fatiga y su hijo bastardo: el hartazgo que nos impide disfrutar de cada minuto. Y también, claro, el resto de equipos del pelotón: no olvidemos que 15 de las 23 escuadras participantes en el Tour todavía no han ganado, y para ellos cada hoja menos en el calendario es un elemento más para irse de vacío.
