El ciclismo es una cuestión de inspiración, y también de precisión. Por suerte o por desgracia, a muchos equipos y ciclistas los días de competición se les escurren entre los dedos: bien porque sus objetivos son difusos, bien porque viven conformes, o bien porque sus frustraciones son crónicas. Cuando el mañana pesa más que el hoy, se pueden encontrar con un imponderable que siegue de cuajo sus expectativas. Si duro es marcharse a casa con una victoria de etapa, como le ocurrió en el desgraciado sprint intermedio de Isbergues a Jasper Philipsen, imaginad la dureza de irse sin haber tenido siquiera la oportunidad de apuntar al centro de la diana, como les ocurrió a Filippo Ganna y Stefan Bissegger en la primera etapa. De ahí que buena parte de los directores aboguen por poner el ojo en la mirilla cada día.
La cuarta etapa del Tour de Francia entre Amiens y Rouen es, precisamente, una excelente ocasión para los francotiradores. Cinco subidas puntuables se agolpan en sus últimos 50 kilómetros. Son cotas: tendidas unas, explosivas otras, insidiosas todas. El trazado es tan revirado que pensar en organizarse para cazar una escapada resulta harto complicado, o tal vez imposible. El maillot amarillo Mathieu Van der Poel (Alpecin-Deceuninck) es tan rival a batir y rueda a vigilar como Tadej Pogacar (UAE Team Emirates), vigente campeón y mejor ciclista del mundo. Cada uno tendrá sus nombres a marcar en mente, e incluso compañeros para ayudarle en su tarea. Los que no figuren en esa hipotética lista de vigilancia son los mejores candidatos a granjearse la victoria con un demarraje preciso. Romain Grégoire (Groupama-FDJ) o Kévin Vauquelin (Arkéa-B&B Hotels) son dos de esos corredores que, ambiciosos e inspirados, pueden dar en la diana este miércoles. Lo consigan o no, disfrutaremos.
