Cada segundo que vivimos construye el siguiente, y del mismo modo cada etapa del Tour de Francia es previa de la posterior hasta que, el domingo en París, no haya más. La lluvia se invitó en Valence para mojar, embarrar y finalmente marrar el espectáculo de la llegada masiva, y se quedará este jueves para añadirle tintes épicos a un recorrido que, de por sí, invitaba a pensar en un gran día de ciclismo. Más todavía después de 17 jornadas de competición como caldo de cultivo.
Del Glandon y la Madeleine poco se puede decir que no expliquen sus cifras y su altimetría. Son puertos eternos, inmisericordes, extenuantes. Terreno de sobra para los ataques, para la inventiva y también para el agotamiento antes de llegar al reto final: un clásico moderno, el Col de la Loze que mató a Pogacar en 2023 obligándole a proferir un “I’m gone, I’m dead” que poco a poco devendrá equivalente al “Vous êtes tous des assassins” de Octave Lapize en 1910. Puede que el miedo paralice y mine a más de uno: 5450 metros de desnivel y 171,5 kilómetros, de los cuales 67,3 corresponden a ascensiones puntuables, son suficientes para pensarse si es mejor no salir de la habitación de hotel. Sin embargo, sabemos por obra y palabra que Visma-Lease a Bike está dispuesto a inmolarse en los Alpes si eso les confiere una posibilidad de que la carrera salte por los aires en su favor. Habrá carrera, sí o sí; habrá emoción y, seguramente, habrá sorpresas. Será un día de gran sufrimiento para los ciclistas, obligados a trascenderse a sí mismos. Será un gran día.