Cada día de nuestra vida es una oportunidad de proyectarnos en una línea vertical que nos aleje de la materia para llevarnos hacia el espíritu, que nos despegue de la tierra para acercarnos al cielo y, con suerte, rozar el sol con la punta de los dedos. En el ciclismo, los finales en alto son la mejor encarnación de este viaje místico hacia la gloria. Kilómetros y kilómetros de ascensión y abstracción, exigentes y esperanzados. A veces, sucede la apoteosis: en Hautacam, meta de este jueves, le sobrevino a Javier Otxoa hace 25 años.
Tadej Pogacar se fue al suelo a seis kilómetros de la meta de Toulouse; un aterrizaje forzoso en la Ciudad del Espacio que vino a recordarle su mortalidad por mucho que sus prestaciones y su magnificencia rayen lo divino. Él, y su estado físico, serán el centro de las miradas en la salida de Auch, pueblo natal del llorado Nicolas Portal. Durante la travesía pirenaica analizaremos la aparente debilidad de su UAE Team Emirates, que con Joao Almeida retirado y Pavel Sivakov enfermo parece un punto por debajo del agresivo Visma-Lease a Bike de un Jonas Vingegaard que todavía no ha sufrido en este Tour una derrota apabullante cuerpo a cuerpo con el campeón del mundo. De no mediar una acertada creatividad o una milagrosa inspiración al paso por los alrededores de Lourdes, los demás serán convidados de piedra mientras esloveno y danés se discuten el derecho a llegar antes que nadie al cielo. Probablemente, vestidos con el amarillo que ahora porta con honor y entusiasmo Ben Healy.