Respira el Tour de Francia después de tres semanas de frenesí. Qué bello es el ciclismo practicado con despreocupación, con la búsqueda del más difícil todavía, del más bello, del más satisfactorio, del más inolvidable. Y qué extenuante. Uno no se da cuenta de hasta qué punto se ha empujado a sí mismo más allá del límite de lo razonable hasta que abre un paréntesis y baja la adrenalina. Es entonces cuando se da cuenta de que está cansado, listo para terminar y volver a casa. Unos a celebrar los éxitos; otros, a lamerse las heridas.
Este viernes, la jornada jurásica en Poligny supondrá un segundo paréntesis tras el bellísimo e inesperado desenlace Bourg-en-Bresse. Hoy como ayer, la gran duda será quién ganará la partida, si la escapada o el pelotón. Las carreteras son quebradas y tramposas: no en vano pasamos por Champagnole, allá donde hace sólo tres años Soren Kragh Andersen se impuso en una de las resoluciones más bonitas que hemos visto en los últimos años en esta Grande Boucle. El danés, presente con Alpecin-Deceuninck, es un candidato al triunfo de filtrarse en una escapada potente; si no, trabajará con denuedo por una quinta victoria para Jasper Philipsen… o un primero de Mathieu Van der Poel. Con 11 equipos todavía pendientes de conocer el triunfo en este mes de julio, no descartemos la fortaleza de un Corbin Strong (Israel-PremierTech) o un Biniam Girmay (Intermarché-Circus-Wanty), ambos debutantes, ambos capaces de brillar tanto en una fuga como en una llegada masiva.
