Cualidad del ciclismo: hay varias competiciones en una. La carrera obvia es aquella por cruzar en primera posición a la línea de meta, pero resulta que los tiempos que se marcan allí se suman a una general que es más importante si cabe que los parciales. Paralelamente, en el Tour de Francia hay cinco secundarias: para escaladores, para aventureros, para bloques, para jóvenes… ¿y para sprinters? Sí, en algún momento la clasificación por Puntos (antes la llamábamos Regularidad, ¡qué tiempos!) quedó definida como un concurso de velocistas. La mayoría de etapas se definían en llegadas masivas, y esto le daba ventaja. Posteriormente, incluso, se desequilibró el baremo para que las jornadas de media y alta montaña aportaran menos que las planas.
Sin embargo, los tiempos han cambiado. El porcentaje de jornadas abocadas a la ‘volata’ se va reduciendo, dejando paso a los recorridos picados como Rouen, Boulogne-sur-Mer o Mûr-de-Bretagne en los que el abanico de protagonistas posibles es más amplio y los hombres de la general están casi obligados a participar de la disputa del triunfo parcial. De repente, el verde ya no está reservado a velocistas y Tadej Pogacar, que el año pasado ganó la friolera seis etapas sin llegar a vestirlo, es su dueño provisional. El principal interesado por ganarlo este año, Jonathan Milan (Lidl-Trek), lo explicó el otro día: “Ciclistas como Pogacar o Van der Poel tienen cualidades diferentes a las mías, pero se pueden meter en la pelea a base de sumar puntos en etapas donde yo no estaré delante”. Por eso, los más veloces deben aprovechar al máximo cada sprint intermedio y cada llegada masiva. Por eso, las etapas de Laval y Chateauroux este fin de semana toman una dimensión más interesante todavía. Para Biniam Girmay (Intermarché-Wanty), Tim Merlier (Soudal-Quick Step) o el propio Milan no sólo está en juego la victoria de etapa: también la posibilidad de subir al podio de París.