Una verdad: los ojos no mienten. Podemos estrechar las manos con la fuerza que nos apetezca: si esquivamos la mirada ajena, el total de nuestro gesto será una descortesía brutal. Podemos enunciar nuestros deseos con rotundidad, como si fueran realidades: si no nos los creemos, serán mentira. Podemos cobijarnos en el parapeto mejor construido: con el tiempo, nuestras debilidades saldrán a la luz. Cuanto antes lleguen las dificultades, antes quedarán en evidencia. La vida, como la carretera, es una jueza fidedigna e inclemente.
En este Tour de Francia, la dureza está ubicada ya en el primer fin de semana. La jornada de Bilbao fue explícita a la hora de confirmar que, efectivamente, Tadej Pogacar y Jonas Vingegaard van a marcar, por este orden, la narrativa de la carrera. También que sus equipos, UAE Team Emirates y Jumbo-Visma, disponen del arsenal suficiente para condicionarla, pero no para bloquearla. Este domingo, en la segunda etapa de la Grande Boucle, volverán a encontrarse con un escenario quebrado: el típico del País Vasco, atravesado de oeste a este, de Vitoria a Donosti, con Jaizkibel como punto decisivo. La leyenda de esta subida se ha escrito en la Clásica de San Sebastián, una prueba que han ganado seis ciclistas presentes en esta gran ronda francesa: Luis León Sánchez (2012), Tony Gallopin (2013) Michal Kwiatkowski (2017), Julian Alaphilippe (2018) … el líder de la Montaña, Neilson Powless (2021) … y el maillot amarillo y gran triunfador de la jornada inicial, Adam Yates (2015). El escenario, con un pelotón mucho más entero que el que suele presentarse a finales de julio en Donosti, será probablemente diferente al de la Klasikoa: el grupo que esprinte frente al Kursaal será reducido, pero de talla apreciable. El abanico estará abierto en espera de que la carretera, una vez más, diga la verdad.
