Carcassonne es una ciudad coqueta construida en torno a una ‘cité’ donde la piedra continúa ganando la partida al cartón, el plástico y el cobre. En sus calles adoquinadas se respira aire de otro tiempo. En el último decenio, el Tour de Francia ha tomado la buena costumbre de visitarla como antesala o despedida de los Pirineos, y ella responde ofreciendo llegadas masivas o escapadas victoriosas en función de las fuerzas y las intenciones de esa agregación de entes humanos llamada pelotón. En el actual conviven equipos con ganas de esprintar (el Alpecin-Deceuninck de Jasper Philipsen y el Lotto-Soudal de Caleb Ewan, sin ir más lejos, todavía no han extraído premio a sus esfuerzos) con otros que preferirían ver partir una fuga de rodadores. Magnus Cort, por ejemplo, ya sabe lo que es ganar aquí. Especialistas como Nils Politt, en cambio, llevan dos semanas largas frustrados por no acertar con el movimiento que les acerque al triunfo. Su lucha, por lo pronto, tiene más de artesanal que de científica. En un Edvald Boasson Hagen o un Imanol Erviti hay infinitamente más sabiduría que datos. Disfrutemos de la humanidad, el tiempo que nos quede.
